domingo, 14 de noviembre de 2010

El juego:

Un jardín soleado de salpicantes, puntillosos verdes que rozaban la sonrisa de un niño, sentado en la tierra, inundando con un tachito el camino de unas hormigas negras.
El niño imaginaba soldaditos y el agua era como bombardeos. Entre el barro que se hacía, también pasaba, hundiéndolo, un camioncito con propulsión de sonidos que salían de su boca y su mano lo metía más y más en el camino, atropellando a las hormigas negras. Éstas, entre tanto, trataban de escapar de la inmensa amenaza. Algo gigantesco las atacaba y el agua ahogaba su nido. Eran una unidad, una sola no importaba.
Unas voces a lo lejos, llamaron al niño. Él se levantó y se fue, feliz y contento, era la hora de tomar la leche y ver dibujitos.
Mientras, las hormigas, ahogadas, algunas aún retorciéndose, se secaban despacio, bajo el esplendido sol.

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