domingo, 14 de noviembre de 2010

Un libro:

No creo en supercherías, en supersticiones, pero que las hay las hay, brujas, trasgos, y esto que les comienzo a contar:
Yo, inocentemente, aún joven, compré un libro por curiosidad. Era la temprana edad de la inocencia, primaveras y otoños eran como los primeros, sentidos de veras, y había empezado a leer ya a algunos de los que marcaron mi camino en esto, escribir, por lo que escribo, Poe, Lovecraft y, por este último es que compré ese libro, el cual nombraba en sus cuentos terroríficos. Un tal árabe loco lo había escrito, yo tuve tiempo de leer sólo unas pobres líneas, un antiguo conjuro que no recuerdo para que era, ni su pócima, pero ahora, con lo que les cuento, aproximo, supongo el resultado.
Rápidamente, tal vez por la insistencia, tal vez por lo buenudo, le presté, sin antes terminar o casi empezar a leer, este libro a alguien, a un hombre, a un amigo, y éste, semanas después me dijo que lo había perdido, que lo había dejado en una bolsa con otro libro, y al volver a su casa, lo recordó, pero aunque regresó a la plaza no lo halló. Pidió disculpas. Prometió que me conseguiría uno igual a ese, la misma edición. No era la gran cosa, la edición digo, no mi amigo. No me importó tanto en esos tiempos, mas m quedaron las ganas de leerlo.
Lo más curioso de este asunto es que luego, pasando un año de aquello, extrañamente, sí, extrañamente lo digo por conocerlo, mi amigo me devolvió el libro, lo había vuelto a comprar, y sí, también extrañamente, sin sentido, sin motivo, no lo leí tampoco allí, en ese momento, no le dí importancia, no recuerdo si apenas lo hojeé, si es que volví a leer las funestas páginas del conjuro, supuestamente antiguo, pero la cosa fue que volví, sin atinar, no me pregunten porqué, volví a prestárselo a otra persona, esta vez a una mujer, a una compañera.
Pasaron unas semanas y luego, tímida, colorada, avergonzada quizás, me dijo que lo había perdido, que la disculpara, que lo dejó en una bolsa, que se lo olvidó con otro libro (siempre se llevaba a alguien consigo) en un colectivo.
Ella dijo que me devolvería el libro, yo le dije, tranquilo, extrañamente tranquilo (pues ahora hace muy poco que medito, tal vez por la lejanía del suceso o la lejanía que permanezco teniendo con ese macabro libro, lo que en verdad sucedía), que no se preocupara, que sabía que era difícil de conseguir y que, de última, me devolviera otro libro. Y así fue, así lo hizo. Ella me devolvió una antología de “Las mil y una noches”, tal vez más árabes que ese “Necronomicón”, cuyo conjuro hizo que siempre se alejara de mis manos, que nunca pudiera conocerlo del todo, que jamás pudiera saber con certeza de que se trataba. Y sí, habré leído, inconciente, una maldición de olvido y pérdida constante, cíclica, atemporal.
Espero con miedo encontrarme de nuevo con ese arcano libraco. Prefiero al cuervo graznando antes que a un silencioso volumen con tanto poder dentro que puede moverse a su antojo, dominando las mentes, los cuerpos. ¿Quién tendrá ahora esos, mis libros perdidos? ¿La maldición siguió con ellos? ¿Y si vuelvo a encontrarlo de nuevo, no terminaré siendo yo mismo pérdida, olvido?

No hay comentarios: