jueves, 30 de septiembre de 2010

Doble abismo:




Estaba tirado, postrado en la cama, dentro de esa pequeña y mísera pensión, temblando tanto, desde los dientes hasta las piernas, sacudiéndose bruscamente, titilante con piel de gallina, moviéndose casi epiléptico, muerto de frío, no lo soportaba más, la tos y la neuralgia, los mocos y la flema, la migraña y la fiebre que lo alucinaba, lo hacia hablar solo, con dolor, desesperanza, y acercamiento con la muerte, eso sentía, pero mas que nada frío helado, llenando sus huesos que dolían, su espalda que estallaba.
La fiebre era muy alta, entre palabras incongruentes veía imágenes, historias, se veía a sí mismo encima de un colectivo, parado, y que de golpe, miraba hacia fuera y alguien le apuntaba con un revolver, él se lanzaba al suelo y empujaba a otros que caían por el impulso, luego todos lo miraban como: ¨¿Qué le pasa a este?¨, ¨¿Está loco? ¨, ¨ Es un paranoico ¨, el colectivo continuaba sin pausa, andando por la calle, alrededor se sucedían las cuadras, los negocios y los coches pasando por los costados.
Entre dormido, con la alta fiebre y el corazón latiéndole fuerte en las sienes rebotándole en la almohada y latiendo en todo el cuerpo, insoportable, y por las calles, los seres que pasaban, con sus pasos repetían el sonido palpitante. Sus manos estaban acalambradas, ya no sentía los pies, deseaba con ansias el pare del dolor, de ese frío miserable, pero la noche parecía eterna y ese frío entraba por todas partes, helando su cuerpo poco protegido por una pobre manta. Deseaba con locura tener algún dador de calor, algo que lo protegiera, que lo tapara, que detuviera ese sufrimiento.
Pensó algo, pero se arrepintió en el momento y se detuvo, entrecortado, ¨ Daría mi a...¨, se interrumpió por otro pensamiento de temor. Pero luego, recomenzó, con más fuerza, cualquier cosa seria mejor que el infierno de esa pieza. Y dijo: ¨ Daría mi alma por alguien que me diera calor en esta noche ¨. Y entonces apareció, entre la oscuridad, luego sobre él, sintió su cuerpo tibio, el peso, el calor, no podía creerlo, prendió la enclenque lámpara cerca de la cama, era cierto, su deseo, su sueño, una hermosa mujer estaba encima suyo, le tocó los muslos, luego los senos, era real, era corpórea, era hermosa y estaba desnuda, era pelirroja, con ojos claros y labios de fuego carmesí, como lo había soñado siempre, ella le besó el mentón, luego el cuello y el pecho, él la miró, ella sonrió y luego se mordió los labios y cerro los ojos contorsionándose en su cintura, era el paraíso, él la tenía, la penetraba, era lo más hermoso que había visto y sentido en su vida, su cuerpo transpiraba, ambos se movían, su deseo era desenfrenado, pero se detenía, no quería hacerle ningún daño, aunque tanto tiempo hacía que lo deseaba, una mujer, y con todos los rasgos que lo volvían loco.
Su entrepierna no soportó la emoción, acabó y se abrazaron, el temblaba de deseo, la tocaba por todas partes, ella solo sonreía sin mostrar sus dientes, y pestañaba mientras le apretaba el pecho sudoroso con las manos. Pero todo termina alguna vez, la pelirroja se levantó y empezó a vestirse, él quiso levantarse pero no pudo, estaba paralizado, ya mirando el cielorraso con unos ojos tiesos y fríos. Todo era mejor que esa helada noche, lo que no sabía ni esperaba, era que en el infierno de fuego eterno, había una tortura, una gran pileta de hielo para los tibios y friolentos donde no morías, sino que la condena era infinita.

1 comentario:

Otro Cuento dijo...

epaaa me gusto... esa sensacion de doble carrera, de sueño dentro de sueño.